Valdano relata una apuesta que perdió con Mardona en el mundial 86. [1] Sentados en el pasto conversaban luego del entrenamiento, al mirar a los periodistas Diego dice:
-A ninguno le gusta el fútbol !
-Podemos discutir si saben o no, pero gustar le gusta a todos. -responde Valdano para animar la conversación.
-Que nos jugamos a que no! –apuesta Diego.
-¿Y cómo hacemos para saberlo?
Y a continuación el 10 imagina un original método para averiguarlo. Se trataba de hacer caer un balón en medio del enjambre periodístico, si lo devolvían con el pie ganaba Valdano, si en cambio lo hacían con la mano ganaba Maradona.
Con la precisión que lo caracterizaba Diego deposita de un toque magistral la pelota en medio del grupo. Hubo un alboroto y el reportero que ganó la devuelve con las dos manos como haciendo un saque de banda.
Valdano se resiste a perder –Les da vergüenza alcanzarla con el pie porque estás vos.
Maradona, que tenía respuesta para todo, retruca –Si yo estoy de en una fiesta en casa del presidente de la nación con un esmoquin y me llega una pelota embarrada, la paro con el pecho y la devuelvo como Dios manda !!
Más que la prueba en sí nos interesa la relación que el capitán argentino tenía con el Otro, fuera quien fuera, Diego siempre le hacía una gambeta y un gol.
En cierto modo existe un grado de descreimiento sano hacia la gloria que el Otro promete (el periodismo, la gente) y para esto es también necesaria la pulsión de muerte sublimada, para producir este corte con el Otro cuyo efecto es el sujeto en acto. Esta presión es consecuencia de un deseo colectivo y si el deportista no puede sustraerse al Otro, moderarlo, filtrarlo, dosificarlo, anestesiarlo, dividirlo como enuncia la fórmula, vale decir, montar una indiferencia instrumental frente al acto que realiza, queda coagulado en el proceso.
En medio del partido más estruendoso los futbolistas prácticamente no escuchan a la tribuna pero sí a sus compañeros y técnico. Utilizan el mismo recurso auditivo que hace que un músico distinga un instrumento dentro de una variada orquesta. El lector puede intentar escuchar una conversación que se desarrolla a sus espaldas en un ruidoso bar, en pocos instantes logrará separarla del resto del bullicio y la oirá perfectamente.
Pero además intentan filtrar emocionalmente los cánticos, insultos o burlas. De cualquier forma jugar de local es siempre una ventaja, salvo que los jugadores puedan ser absolutamente indiferentes al clima emocional adverso, cosa que solo muy pocos logran.
Un cirujano guarda con el deportista más semejanzas de las que podrían imaginarse a simple vista, entre ellas la positiva sublimación de la pulsión destructiva y la sangre fría necesaria para la instrumentación de su acto. ¿Porqué motivo un cirujano no puede operar a un ser querido? La respuesta es clara, ...porque le importa demasiado. Podría verse afectado por sus emociones.
Indiferencia instrumental es signo de eficiencia. Aunque a veces el cirujano se excede y suele ser o demostrarse demasiado frío en la relación con el paciente. Son deformaciones profesionales.
Si durante la operación el galeno se ve asaltado por pensamientos sobre las consecuencias de una operación fallida, repercusiones de su éxito o descreimiento en sí mismo, es evidente que son pensamientos negativos o de auto boicot que perturban el acto médico que realiza; necesita abstraerse del contexto, concentrarse en lo suyo y operar maquinalmente por así decirlo. Lo mismo vale para un golfista que define un hoyo con el putter, un jugador que va a patear un penal decisivo o para un tenista en que una pelota cierra el partido. En el fondo el jugador intentará alcanzar la misma precisión y serenidad de espíritu que se le pide al cirujano.
La capacidad de abstracción es una especie de burbuja imaginaria al modo del traje de astronauta o de buzo, para interactuar con el medio hay que estar protegido y en cierta forma, aislado.
En la infancia esta operación de filtrado frente a los problemas del mundo exterior está a cargo de los padres, tal como lo describiera el psicoanalista Juan Vasen comentando la película La vida es bella, donde el papá judío intenta filtrar el gravísimo peligro nazi a su amado hijo.
Pero el problema de muchos deportistas es que sus padres no pudieron filtrar el poderoso deseo de que sus hijos triunfen y hoy esa presión les retorna desde el mundo exterior. Paradójicamente lo mismo que los llevó al éxito hoy les vuelve sobrecargado de voltaje y no pueden resistirlo.
Esta indiferencia instrumental es necesaria frente a la angustia colectiva o a la trascendencia del acto que se ejecuta, justamente alguien con buen humor en los momentos cruciales, muestra la tranquilidad que es efecto de este corte o división que hace la valía. El verdadero deportista es aquel capaz de jugar la final de la copa del mundo con la misma garra y alegría con que lo hacía en el potrero, (por lo menos en términos ideales). Si no logra desprenderse del Otro y filtrar las angustias colectivas, vale decir no hacerse cargo de estas, pagará con diferentes inhibiciones de rendimiento.
® Gustavo Maure
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[1] Valdano, J. El miedo escénico y otras hierbas Buenos Aires, Aguilar, 2003, pág. 254.