La creación de los psicofármacos permitió algo que fue buscado de variadas y diferentes formas en la historia de la humanidad; la influencia sobre las emociones o estados anímicos, tanto en el orden del control, de la exaltación como en el de la adecuada modulación. Su utilización abre diferentes interrogantes, pero como muchos otros descubrimientos en la historia de la ciencia no son ni buenos ni malos en sí mismos sino que es la forma y el fin con el que se los utiliza lo que los define como positivos o negativos. El descubrimiento de los metales permitió crear armas para destruir como innumerables objetos necesarios para la vida. Un cuchillo sirve para matar o comer. La ingeniería genética puede ser usada para curar o manipular.
Para analizar la pertinencia de la utilización de los psicofármacos deberían pensarse dos campos netamente diferenciados, el de las enfermedades mentales graves o alienados, básicamente psicosis y esquizofrenias y el de la enorme mayoría de la sintomatología neurótica (angustia, ansiedad, pánico, depresión, etc.). Distinguimos entre dos grupos, las psicosis y las neurosis, uno reducido y el otro muy amplio.
El primero de los casos, el de las psicosis, que constituyen las más severas patologías, el psicofármaco puede servir para planchar un regimiento de internados o para permitirles su reinserción social. Un buen uso del psicofármaco ayuda al alienado a ser un poco más dueño de sus decisiones devolviéndole la responsabilidad de conducir su vida a mejor puerto. El enfermo no se impotentiza como objeto pasivo de su desorganización psicótica sino como un sujeto que vuelve a tener, por lo menos en parte, el timón de sus propios actos.
El psicofármaco no cura en sí mismo, pero al atemperar pasiones desmesuradas permite una psicoterapia, una reflexión sobre su situación y en consecuencia la palabra permite una salida organizada de sus conflictos psíquicos. Dentro del Psicoanálisis podemos encontrar una útil metáfora, sucintamente el ello es el epicentro de las pasiones irracionales o desenfrenadas y el yo se nos presentaría eventualmente como la parte más criteriosa y racional. Si los comparamos con el caballo y el jinete, podemos decir que tanto frente al potro desbocado en acciones peligrosas, abatido en la melancolía o petrificado en la esquizofrenia, el psicofármaco es útil si se lo utiliza para devolverle al jinete el dominio de la situación. Siempre a favor del respeto y la constitución de la propia subjetividad representada por el jinete en relativa armonía con el caballo. En ningún caso el fármaco reemplaza la relación humana con el psicoterapeuta.
En los cuadros límites entre la neurosis y la psicosis, que son patologías intermedias, como los fenómenos de franja, de borde, de desestabilización emocional neurótica, neurosis graves, "locuras histéricas", síndromes borderline, la medicación también tiene un papel muy positivo para cumplir. Lo mismo sucede en situaciones muy traumáticas, como los duelos, que desbordan la capacidad de tolerancia del dolor psíquico.
Pero el enfoque farmacológico cambia radicalmente cuando pasamos al terreno de la neurosis, que, como decía Freud, es la cosa mejor repartida que existe en el planeta. Tomemos como ejemplo el ataque de pánico que no es otro que un gran ataque de angustia. Los laboratorios suelen presentar sus abundantes propagandas confundiendo el síntoma con la enfermedad, aplacar un síntoma puede agravar el cuadro al disimularse la verdadera etiopatogenia y así perder un tiempo valiosísimo. En toda la medicina este procedimiento diagnóstico es capital; el clínico no acalla una anemia recetando inmediatamente hierro, primero quiere conocer la "causa" de la anemia, para luego intervenir sobre ella. Si el paciente tiene una elevada fiebre no receta simplemente un antitérmico, buscará la infección que le da origen. Si el enfermo presenta un dolor en el pecho no se limita a darle un analgésico, puede tener un problema cardíaco serio. No quiere curar el síntoma, quiere curar la enfermedad. Desea llegar a la raíz etiológica (causal) del problema y no solo a sus meras consecuencias. Un antiguo principio asegura: Ablata causa, tolluntur effectus, con la supresión de la causa desaparecen los efectos.
En la abundante publicidad sobre psicofármacos que los laboratorios envían a los galenos este tradicional principio científico no se tiene en cuenta, ya que se desconoce o directamente se ignora la causa de la angustia. El ataque de pánico es el único mal y el remedio la cura. La publicidad suele ser del tipo de una afligida mujer tomando su cuello simbolizando la angustia, esta primer foto es en gris oscuro para reflejar un presente y un futuro sombrío, luego el remedio y finalmente en colores la mujer juega con su familia en una casa con un hermoso jardín, la alegría y la felicidad reemplazaron el padecer. El médico sabe que no es tan sencillo pero esta publicidad es constante y no llega solo a los psiquiatras sino también a los clínicos. Cada día más se extiende al público en general estimulando la búsqueda de soluciones mágicas, un pensamiento muy arraigado en la historia de la humanidad. Prestigiosos psiquiatras que viajan por el mundo auspiciados por los mismos laboratorios parecen confirmar esta modalidad de solución química para problemas humanos. De todas formas ellos siempre recomiendan acompañar la medicación con algún tipo de psicoterapia.
La medicación en los niños merecería un capítulo aparte, pero en principio las razones enunciadas se agravan al condicionar tempranamente al niño a buscar soluciones con drogas farmacológicas a problemas emocionales o anímicos, a taponar la manifestación del verdadero problema psicológico fijando y determinando al niño como el enfermo cuando en realidad es emergente de una situación familiar y social disfuncional.
En el extremo opuesto a la excesiva tendencia a la medicación encontraríamos al psicólogo que abjura de toda posibilidad de utilización de psicofármacos en los casos graves en que está realmente indicado y en los que realmente hay que atemperar emociones para poder tratar algunas neurosis graves.
Pasemos ahora a la causa de la angustia y no a su mera manifestación sintomática. La angustia o su descarga masiva (ataque de pánico) tiene su origen en dos fuentes o raíces decisivas, una con el pasado y otra con el presente, en el primer caso se origina en los traumas infantiles, antiguas heridas que no han podido cicatrizarse y en el segundo es una liberación brusca de una acumulación de libido (energía psíquica) que no encuentra satisfacción por vía sexual, o sublimada (arte o trabajo) o en corrientes de afectos tiernos (familia, amigos o humanismo). La carencia de amor, la falta de pasión, el trabajo a disgusto o mal pago, las dificultades o frustraciones en la sexualidad, la ausencia de objetivos vitales, generan una acumulación de libido que al modo de una olla a vapor estallan un día bajo la forma de angustia o si se unen a un intenso sufrimiento, los afectos y emociones pueden implotar bajo la forma de una enfermedad psicosomática (como por ej. presión arterial elevada).
La angustia es una señal de alarma que puede ser suave o estruendosa. Acallarla sin conocer el motivo que le dio origen es un acto absolutamente contraproducente ya que es el despertador que la persona necesita para introducir una modificación en su vida. La depresión y el dolor psíquico siguen el mismo camino. Una crisis existencial siempre tiene un costado positivo que hay que saber desarrollar, ya que es el momento más fecundo para introducir esos cambios necesarios que pueden ser la cura de viejos traumas o el reencauzamiento del rumbo que llevan el deseo, el amor y el goce. Vale decir el saber vivir o encontrar la mejor forma de poder hacerlo. Tomemos un ejemplo, una mujer que desarrolla una enigmática depresión; tras una prolongada charla desliza un posible desencadenante, una amiga está próxima a recibirse en una carrera universitaria, pero ¿porqué deprimirse? Si es una amiga debería alegrarse; el tema es que fueron juntas a averiguar y se anotaron, pero ella desistió en las primeras clases. Si acalláramos esa depresión y dolor con psicofármacos a los cinco años perfectamente podrían repetirse los síntomas, entonces le preguntaríamos el motivo y ella respondería, es que si hubiera estudiado en lugar de doparme hoy estaría recibiéndome. ¿Que haríamos entonces? ¿Le duplicamos la dosis? El síntoma es la depresión, pero la enfermedad, dicho en términos sencillos, es que ella no puede defender sus deseos de sus complejos de inferioridad, ni de sus temores para luego enfrentar la realidad con una actitud positiva utilizando todo su potencial como sí hizo su amiga. La depresión y el dolor anímico no pedían psicofármacos sino un cambio en la manera de enfocar sus deseos y proyectos.
En otro orden de cosas una mascota puede ser mucho más eficaz para combatir la tristeza que un antidepresivo.
Examinemos otro caso; en un asilo diferentes personas mayores tienen angustia o depresión, la solución no es el remedio químico sino una relación fluida y constante con un orfanato. ¿Cómo puede ser que tengamos encerrados por un lado personas con experiencia y capacidad de dar amor y por el otro a niños desamparados cuya cura principal y necesidad principal pasa a través del afecto constante? Salvo honrosas excepciones de algunas instituciones, ¿como no establecer y fomentar relaciones de abuelazgo? Hace falta desburocratizar el sistema y que ambos grupos comiencen a compartir espacios y lugares de residencia. La alegría volvería a iluminar la cara de todas estas personas y con la plata de los psicofármacos compremos cuadernos y lápices para que los abuelos les ayuden a sus nuevos nietos a hacer las tareas de la escuela.
La idea también es válida para la depresión que puede originarse aunque el neurótico tenga todo para ser feliz. Una característica de las neurosis tanto histérica, obsesiva como fóbica, es que se desea aquello que falta y no se puede gozar de lo que se tiene. La depresión es esencialmente frustración libidinal y se origina tanto en un proceso de duelo, donde el objeto amado se ha perdido, como en estados de permanente insatisfacción neurótica, aún con entornos muy favorables. La depresión suele suceder a la angustia, o bien se alterna con ella. Aunque pueden complicarlo severamente no son enfermedades del cuerpo, ambas son enfermedades del alma y deben ser tratadas como tales. De la misma forma que cuando suena una alarma, primero se investiga la causa que le da origen. Las alarmas electrónicas a veces fallan y no hay problema alguno que resolver, solo entonces las silenciamos. En cambio la angustia, como afecto central del ser humano, es un índice certero que no falla ni engaña, aunque no revela con facilidad sus secretos y enigmas. Entonces no queda otro camino que ocuparse de nuestros problemas. Si se me permite extender la idea, como país hemos seguido históricamente el mismo camino sobre el que tratamos de advertir, no existen las soluciones mágicas, no disimulemos los problemas, ...intentemos resolverlos.
© Gustavo Maure
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