Aquí o allá encontramos diferentes y dispersas huellas de la mentalidad superior del estratega, con esos fragmentos intentaremos esbozar una actitud como la que correspondería al pensamiento de un maestro.
Nada ilustra tanto la sabiduría del arte de la guerra oriental como una antigua leyenda. Pero recordamos que Sun Tzu aseguraba que no era sabio quien ganaba cien batallas sino el que ganaba sin combatir.
Según cuenta una vieja historia, un noble de la antigua China preguntó en cierta ocasión a su médico, que pertenecía a una familia de sanadores, cuál de ellos era el más experto en su arte.
El médico, cuya reputación era tal que su nombre se había convertido en sinónimo de "ciencia médica" en China, respondió: "Mi hermano mayor ve el espíritu de la enfermedad y lo elimina antes de que cobre forma, así que su fama no va más allá de las puertas de su casa."
"El segundo de mis hermanos cura la enfermedad cuando todavía es muy leve, así que su fama no se extiende más allá de su vecindario".
En cuanto a mí, perforo venas, receto pociones y masajeo la piel, así que, de vez en cuando, mi fama se extiende y llega a oídos de los nobles".
Entre los relatos de la antigua China, ninguno capta con más belleza que éste la esencia de El arte de la guerra , el primer texto clásico sobre la ciencia de la estrategia en los conflictos. Un detractor de la dinastía Ming, escribe sobre este relato del médico: "Lo esencial para los dirigentes, generales y ministros que gobiernan países y están al frente de ejércitos no es más que esto".
En el libro de los cinco anillos, Miyamoto Musashi enseña kenjutusu, el arte de la espada, insiste en pegarse al rival, hombro con hombro, cara con cara, para evitar el armado del golpe, en cambio en nuestra mentalidad occidental estamos acostumbrados a esquivar la espada. "Nunca como ahora resulta atinada esta enseñanza del maestro Musashi. En definitiva, si algo hemos querido hacer a través de estas páginas es conocer la cara de nuestro rival interior, de modo de poder finalmente derrotarlo. No hemos esquivado, por cierto, su malvada espada, que tantas veces habrá hecho peligrar nuestros proyectos en los más diversos aspectos de nuestra vida, aún sin siquiera saberlo. Al contrario, nos hemos pegado a ella, sin miedos, de modo de evitar que arme su estrategia y nos aseste su definitivo golpe, y es así como podremos ahora encarar nuestros actos futuros -sean deportivos o de cualquier otra índole- sabiendo a ciencia cierta que los mayores peligros que nos acechan no se encuentran en nuestro entorno, sino en nuestros más recónditos rincones
© Gustavo Maure
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